viernes, 2 de octubre de 2009

(6) Del pico Areeiro al pico Ruivo, algo más que un “abrupto” camino

Hay que tener cuidado con los adjetivos que utilizan las guías de viaje. Al día siguiente de llegar, y antes de conocer otra cosa de la isla que Funchal, optamos por una excursión a patita: el paseo entre el pico Areeiro y el Ruivo, las dos montañas más altas de la isla (1.810 y 1.862 metros, respectivamente).

No es una ruta larga, unos siete kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, pero es sencillamente dura. El momento más difícil llega a la hora de rodear el pico das Torres, donde nuestra guía se cubre de gloria al calificar este ascenso de “abrupto”. Sin la menor duda es una subida tremebunda. No es la única incongruencia pues atribuye la mayor dificultad a la subida final de medio kilómetro en el Ruivo, y esa no fue nuestra impresión.
Bueno, lo cierto es que elegimos empezar por el centro de la isla ante la posibilidad de disfrutar de las vistas que se anunciaban. Sin embargo, salimos de Funchal con un día clarísimo y caluroso y nada más ascender aparecieron las nubes.
En muy poco tiempo, unos minutos solamente, pasamos del nivel del mar a los 1.800 metros indicados entreteniéndonos en comprobar como el termómetro del coche bajaba más de diez grados.
En el Areeiro hacía casi frío y nos pertrechamos para la caminata sin tener en cuenta que tardaríamos poco en estar empapados de sudor.

El camino como tal es espléndido con paisajes del macizo central y también declives acentuados del terreno. La visibilidad al principio era limitada pero nos pusimos en camino de inmediato, preguntándonos si sería verdad lo de emplear cinco horas y media en recorrer los 14 kilómetros de ida y vuelta. Por si alguien repite le advertimos que puede ser algo menos, pero no mucho.
A lo largo de la ruta sucedió un fenómeno curioso: las nubes cubrían una zona de la isla, pero en la otra lucía el sol.
Por tanto, según dábamos vueltas disfrutábamos del paisaje o bien una vista limitada entre la niebla. Lo complicado del paseo es que te pasas el rato subiendo y bajando. Casi todo son pendientes y las piernas sufren lo suyo. La mayoría de las veces con escalones de alturas variables, por lo que ni siquiera puedes cogerles el tranquillo. Juanma amagó con contarlos, pero no se atrevió; con seguridad eran bastantes miles.
La clave de esta excursión aparece cuando tras recorrer más de la mitad del trayecto el camino se bifurca. Elegimos la opción larga para la ida reservando la otra para el regreso, cuando estaríamos más cansados. Fue una apuesta y hay quien piensa que la perdimos.
Los dos caminos son interesantes, pero el corto comparado como el otro es como pasear por una playa o subir el Galiñeiro.
Por lo que respecta a la ruta el desarrollo fue el de siempre, aunque fue preciso hacer muchas paradas. Más de una vez estuvimos tentados de regresar, pero claro, no era el caso. En los días siguientes la tuvimos presente en todo momento: los gemelos y los cuádriceps no pararon de cantar, y costaba un poco sentarse o levantarse.
Aún así, la experiencia y el entorno merecieron mucho la pena, hasta coronar el Ruivo.
Al regreso se nos enrolló un paisano en el Areeiro que hablaba un castellano de sudamérica con acento portugués. Era un inmigrante de Madeira que llevaba desde los quince años en la ciudad venezolana de Valencia. Se fue tan joven para evitar hacer la mili en las antiguas colonias africanas de Portugal, donde se libraba la guerra por la independencia. Al llegar a los 18 años la dictadura ya no les dejaba salir, por lo que escapaban antes. De once hermanos diez hicieron lo mismo y siguen viviendo allí.
El hombre dijo dedicarse a los hoteles y parece que le iba bien. Tanto, que nos relató la odisea de su familia. En menos de un año secuestraron a una sobrina y a la madre de la niña por el sistema del secuestro-express para obtener un rescate no elevadísimo pero rápido. “Allí no puedes hacer ostentación de tu riqueza pues corres un gran riesgo. Tampoco tener mucho dinero en el banco, pues los delicuentes terminan enterándose. Mi sistema es venir de vez en cuando a Madeira con dinero y guardarlo aquí”. Eso sí, ni se plantea el regreso definitivo pues tiene allí a toda su familia y sus hijos gestionan ahora los hoteles, “que son un negocio mucho más rentable que en Portugal”.

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