jueves, 1 de octubre de 2009

(5) La enorme vaguada de Curral das Freiras

Es uno de los sitios con más historia de la isla y prometía, como así fue, un lugar interesante para una andaina. Aparte de por lo impresionante del paisaje, es conocido por ser el lugar de refugio de las monjas de Santa Clara, el convento del que ya hablamos en Funchal. En castellano el topónimo significa Establo de las Monjas y alude a la escapada que hicieron en 1566 atemorizadas por los frecuentes ataques de los piratas. Llegaron a este solitario valle en forma de caldera, un lugar alejado que dejó de serlo tanto en 1959, cuando se construyó la primera carretera, y en 1962, con la llegada de la electricidad.
Por las fotos y las guías nos preocupaba un poco la caminata ya que el descenso parece de aupa. Para empezar fuimos al mirador de Eira do Serrado, un centro de visitantes desde el que se contempla el valle, y antes de nada subimos al mirador, un puesto vigía colgado casi sobre el abismo. Una vez realizada la visita del turista convencional nos pusimos en camino. Estamos a 1.100 metros sobre el nivel del mar en este punto y se descienden del orden de 600 metros en unos pocos kilómetros.
Debido a esta diferencia el camino es una pura cuesta abajo, en parte sobre un camino empedrado y bajo bosques de castaños.
Preparados para el descenso, cada vez que el bosque desaparecía disfrutamos del paisaje y de nuevo al camino. A diferencia de lo que nos ocurrió con los picos Areeiro y Ruivo, creíamos que iba a ser más duro de lo que fue, aunque tampoco es darse una vuelta por Príncipe. En la siguiente foto se aprecia el desnivel que salvamos en poco tiempo.
En una hora estábamos en la parte baja de la depresión y luego queda un paseíto de quince o veinte minutos hasta el pueblo.
La sorpresa en el Curral das Freiras es que no hay ningún convento, ni propiedad ni recuerdo alguno de las monjas, salvo el reclamo para los turistas.
El pueblo, como la mayoría de Madeira, es agradable, todo parece muy nuevo, pero sin mayor historia. Dimos una vuelta, recorrimos la iglesia y el cementerio, y tras un tentempié, iniciamos la subida. En esta foto se vuelve a apreciar el desnivel.
En el bar donde hicimos la parada de rigor tenían todo tipo de productos derivados de la castaña, incluido un licor que declinamos probar. Sin embargo, disfrutamos con unas castañas asadas muy ricas y un bizcocho hecho también con castañas. A la pregunta de cómo se las apañan para pelar tan bien unas castañas tan pequeñas nos dieron una toda una lección: “Con paciencia” fue la sabia respuesta de la camarera.
Justo antes de iniciar el ascenso, hicimos esta foto automática.
El regreso cuesta arriba tuvo la pega habitual en estos casos, aunque superamos la prueba con buena nota y con una sudada proporcional al esfuerzo.Empleando más o menos el mismo tiempo de la bajada estábamos otra vez en el mirador saciados del maravilloso paisaje de la isla.
Como era previsible, en el descenso encontramos alguna gente que nos hacía compañía, pero a la hora de subir éramos los únicos.

Esta es la foto de la llegada, también automática. Un poco cansados, sudados, pero contentos al fin y al cabo. Todavía nos quedó tiempo para visitar durante varias horas el Jardin Tropical Monte Palace.
Un poco antes de empezar a subir encontramos este galpón, muy "galician style", que no requiere mayor explicación:

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