sábado, 26 de septiembre de 2009

(1) Buen pescado y mejores vistas

Gente que conoce Madeira y con la que hablamos antes del viaje coincidía en asegurar que se come muy bien en la isla y a un precio más que aceptable para los bolsillos españoles. Después de ocho días cenando siempre en sitios distintos confirmamos el dato. La especialidad es sin lugar a dudas el pescado y el rey de la carta la espada, más concretamente la espada preta. Al principio nos hacíamos un poco de lío por la coincidencia con el pez espada que todos conocemos. No tiene nada que ver: es un peixe muy alargado, de cerca de un metro a ojo y con una carne muy suavecita, tipo fletán, mero o similares que sirven limpia, sin espinas, ideal para niños.
La verdad es que a todos nos gustó bastante y lo degustamos de diversas formas, desde simplemente rebozado hasta con setas y queso, aunque la receta más típica es con banana. Una delicia. Te lo ofrecían en todos los restaurantes y en Cámara de Lobos localizamos un sitio muy bien puesto con este nombre donde la variedad era apabullante. Por lo demás, debe ser muy abundante por esta zona ya que no es caro.
Respecto al precio de los restaurantes, para lo que se estila por aquí, más que aceptable y un atractivo más para visitar Madeira. Lo normal era cenar entre 15 y 20 euros, y el día que más pagamos fueron 31 por cabeza, y eso teniendo en cuenta que el vino tiene precios más normales. Ese día, eso sí, era un restaurante un tanto especial, Vila Peixe, también en Cámara de Lobos, donde elegías en un mostrador los pescados que querías tomar y te los preparaban a la brasa.
La ración que calculan por persona es de unos 400 gramos. Tuvimos que adaptarnos en función de la oferta y allí conocimos el alfonsinho, un pescado rojo de tamaño medio que estaba muy bueno, junto con el pargo (guarda parecido con el besugo) y el bodiao con una textura más diferente. Dando una vuelta por el pueblo, después de cenar, encontramos un barco- en venta- con el nombre de uno de los peixes que nos acabábamos de comer e hicimos posar al lado a nuestro "Alfonsiño".
Como es habitual en Portugal, las guarniciones que incluyen los platos son muy abundantes, por lo que con los habituales entrantes de la mantequilla con sal y las aceitunas (a veces nos sorprendían con cosas más elaboradas) más un plato llegaba de sobra. Y como estábamos de vacaciones, el postre ponía casi siempre la guinda con puddin de maracuyá o tartas diversas. De las guarniciones nos llamó la atención el millo (maíz) frito, que te sirven en cuadraditos. Nos explicaron que lo cuecen muy lento y luego lo amasan. Estaba muy bueno.
El primer día cenamos en el antiguo barrio de los marineros de Funchal, en el Arsenio's, un local donde cantaban fados, labor en la que se iban sustituyendo varios cantantes, el propio dueño y un camarero que ponía mucho interés y se reanimaba bebiendo a cada momento (y no agua, precisamente), por lo que sus facultades iban menguando poco a poco, tanto que descubrimos que las camareras se choteaban un poco. Otro plato habitual son las espetadas de carne, muy aparentes ya que utilizaban unos hierros de más de medio metro para servirlas que enganchaban en unos agujeros que tenían todas las mesas. Las probamos en más de un sitio, y muy bien.
El lugar con más encanto sin duda fue Adega da Quinta, en un barrio situado en un monte de los que rodea de Cámara de Lobos. Nos lo había recomendato una compañera de Ana y la verdad es que era un sitio acogedor, con una estupenda vista sobre el mar. Tampoco estuvo nada mal la cena en San Vicente, al norte de la isla, en un sitio como casi todos elegido al chou, en este caso junto al mar. Buena atención, buena cena y buen precio es un poco el resumen general.
Olvidaba mencionar las sopas. Las ofrecen en todas las cartas y siempre como mucho tres o cuatro modalidades, no más. Alfonso era un forofo y las probó noche tras noche. Esta es una imagen nocturna de Cámara de Lobos, tomada desde el restaurante Vila Peixe.
Recorridos
Además de las caminatas y de conocer más o menos bien el centro de Funchal también recorrimos la isla en coche.
La bordeamos prácticamente toda y conocimos Ribeira Brava, cuya iglesia se ve en la imagen anterior, situada en el sur, al oeste de la capital, y es un lugar tranquilo la desembocadura de uno de los regatos que vierten al mar las aguas de las montañas. Al parecer allí tienen apartamentos muchos madeirenses.
Dos días pudimos darnos dos baños gloriosos en Porto Moniz, en un agua bastante templada. Aprovechamos para remojarnos en el mar accediendo por unas escalerillas desde la piscina y la verdad es que el agua estaba transparente.
Lo más atractivo de Porto Moniz son precisamente las piscinas naturales de agua marina y el entorno.
Alfonso y Feli están en esta foto tan felices a remojo.
Sin embargo, allí donde fueramos casi siempre terminábamos en Cámara de Lobos, cuyo nombre proviene de los animales marinos de este nombre, que debieron ser abundantes en el pasado, y no de los terrestres, que fue nuestra primera idea.
Está situado alrededor de una calita muy agradable y luego se ha extendido tanto que ahora mismo es el segundo municipio de la isla en población con más de 35.000 habitantes. Su proximidad a nuestro barrio de Funchal hacía que nos resultara más sencillo ir allí que meternos en el lío de tráfico y aparcamiento de la capital.
Visitamos también Punta do Pargo, en la foto, en uno de los extremos de Madeira y, a continuación Ponta do Sol, de donde era el padre del escrito John dos Passos, que daba nombre a un interesante centro cultural. Un sitio bastante agradable.
Estas casitas, que aparecen en todas las guías turísticas son las típicas de Santana, una localidad de la zona norte. Había bastantes deste estilo por la zona y son las clásicas para hacerse la foto.
La foto siguiente es de un puente en el pequeño pueblo de Ponta do Sol.
Eso sí, estamos convencidos de que acertamos eligiendo un hotel para toda la semana, algo que nos provocó dudas al preparar el viaje.
Desechamos la opción de movernos de alojamiento en función del plan, pero a la vista de las dimensiones de la isla y lo pequeños que son estos pueblos es mucho más interesante coger el hotel en la capital o alrededores y moverse después con libertad. El hotel, en realidad un apéndice de la Escola de Hostelería de Madeira, de sólo 20 habitaciones, resultó tranquilo, acogedor y barato, con unos desayunos magníficos. En definitiva, una semana agradable, en la que el sol nos pudo acompañar más y mejor pero, pese a ello, disfrutamos de Madeira, la descubrimos en la medida de nuestras posibilidades y lo pasamos muy bien.

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